Carlos Gardel era francés

Concretamente de Toulouse. Nos lo explicó Monique.

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Caía la noche, así que después de terminar nuestra cerveza en el Café St. Victor nos fuimos a cenar a Les Pipos.

Les Pipos es una declaración de intenciones en sí mismo: el mobiliario destartalado, las paredes cubiertas por una pátina amarilla producto de mucha bohemia mucho tabaquismo, un póster colocado para tapar una grieta tamaño A0 que surca el techo, las sillas con las patas temblorosas como las de un bebé dando sus primeros pasos y la piel cuarteada como la de un nonagenario... el cuadro lo completan los affiches, fotos y libros antiguos esparcidos de cualquier manera por todo el local.

Lo que llamaríamos un sitio con encanto.

El camarero nos señaló una mesa que, como en todos los cafés, estaba pegada a otra para aprovechar todo el espacio posible. En ella, una mujer bastante mayor se tomaba una cerveza y leía el periódico.

Cuando nos sentamos a su lado nos analizó con una mirada curiosa por encima de sus grandes gafas.

El camarero nos trajo la carta y dudamos un buen rato, así que la señora nos preguntó en un perfecto español si necesitábamos ayuda.

Le respondimos que no era necesario. En realidad nuestro problema no era el idioma, era decidir 50cl, 70cl o un litro de vino de Burdeos... 70cl para acompañar una tabla de quesos y embutidos nos pareció una buena elección. Después nos arrepentiríamos.

Mientras nos servimos las primeras copas empezamos a charlar con ella de manera casual: de dónde somos, qué hacemos en París... Monique es escritora y está en la ciudad para la entrega de unos premios literarios en los que había participado como miembro del jurado.

Había vivido en París, Madrid, Buenos Aires y Montevideo. Su estancia en América del Sur fue producto de su labor de documentación para escribir un par de biografías de Carlos Gardel, nacido en Toulouse, al igual que ella. Además de escribir había trabajado en el consulado francés en Madrid y se había dedicado a la enseñanza universitaria en París.

Carlos Gardel era francés, años después sería más argentino que Maradona.
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Charlábamos fluidamente y de las banalidades pasamos a tocar temas sensibles con los que hoy en día habría que tratar con mucha delicadeza ante una persona desconocida.

La conversación estaba siendo tan variada e intensa como la tabla de quesos y aún quedaba un buen rato por delante. Estaba claro, nos habíamos equivocado. Teníamos que haber pedido la botella de vino de 1L. Menos mal que tenía fácil solución, pedir otra de 70 cl.

Llegado cierto momento saca su orgullo de madre y abuela y comienza a hablarnos de su hija, violinista, y su nieta, que con sólo 6 años ya estaba aprendiendo a tocar la trompeta.

Es en ese momento cuando intenta enseñarnos sus fotos en el móvil que tiene sobre la mesa.

Monique experimentaba una clara desorientación, no sabía en qué app estaba, ni los motivos por los que saltaba de una a Instagram y de ahí a otro lado. Y, claramente, su falta de soltura con el teléfono no tenía que ver con su capacidad intelectual.

Personalmente ya había vivido situaciones de este tipo, personas que se ven ofuscadas por la tecnología o, tal vez, por la supuesta complejidad de las apps de los móviles. Pero siempre me había pasado con familiares o gente con la que tengo mucha confianza, así que siempre me había centrado en el problema específico para dar una solución inmediata y su explicación consiguiente: "no estás en la app de fotos, estás en Instagram, tienes que ir a la de fotos para ver las tuyas".

Ese desprendimiento emocional al estar ante alguien "anónimo" me permitió pensar y reflexionar con mayor distancia. Una persona anónima y aleatoria en un contexto real, la cual, estoy seguro, reproduce los comportamientos "equivocados" que tanto tú como yo conocemos. Y que ahí siguen, sin que nadie los solucione.

Puede que diseñar pensando en multitudes no funcione de una manera tan inequívoca como damos por hecho. Si así fuera, Monique no tendría problemas para enseñarnos las fotos de su nieta.

Miguel Milá en su libro "Lo Esencial" explica como diseña para sus conocidos:

"Aquella lámpara la hicimos juntos. Mi tía me dijo lo que necesitaba y yo traté de dárselo".

No me imagino a Milá utilizando user personas, sino conversando con su tía pausadamente, divagando, sin un objetivo claro, para conocerla mejor y ofrecerle una lámpara a su medida. Una lámpara específica que satisface una necesidad concreta que muchos comparten. Una lámpara que muchas otras personas acabarán comprando.

Porque, en realidad, no somos tan diferentes unos de otros.

Llevo con este texto en la cabeza desde que estuve hace un mes en París. Acordándome del día que David me contaba que Íñigo, en su clase de Dirección de Producto, les animaba a conversar con desconocidos... y justo hace unos días apareció este post de Diego en mi feed de LinkedIn sobre la importancia de la conversación.

Y de Monique, David, Íñigo y Diego a Platón, que, en su Fedro pone lo siguiente en boca de Sócrates:

"Los campos y los árboles nada me enseñan, y sólo en la ciudad puedo sacar partido del roce con los demás hombres."


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