Street Photography e Interfaces de Voz

A finales del mes de julio asistí a una masterclass online: “Mil años de diseño”. La organizaba la plataforma de formación online Design Graduate y estaba impartida por Javier Cañada, director del Instituto Tramontana.

Durante algo más de una hora de charla, Javier empezó a realizar saltos temporales conectando el pasado y el futuro, desde el gótico a las Vision Pro de Apple. Deteniéndose en algunos puntos de ese recorrido para introducir y explicar diferentes conceptos, como el del diseño centrado en la tarea.

Entre todas esas historias hubo una que probablemente ya conocía, pero que esta vez me resonó especialmente: la de como la miniaturización de los productos impactaba en su uso, redefiniendo las relaciones previas que existían entre el dispositivo, su interfaz, el usuario y su contexto.

Esta historia, sin ser yo muy consciente, volvería a mi cabeza pasado poco tiempo.

Y lo haría acompañada de las dos preguntas lanzadas al final del evento:

  1. ¿Cómo serán las interfaces en 2033?”

  2. ¿Seguiremos utilizando la interfaz táctil del móvil dentro de 10 años para resolver nuestras tareas?”

Fotografía de Toyoko Tokiwa. Fuente

Unos días más tarde, mientras fregaba unos platos, mi cabeza le daba vueltas a estas ideas del mismo modo que el estropajo lo hacía sobre la loza: ¿Cuál es el futuro de las interfaces? ¿Será una interfaz de voz como en Her? ¿Como lo plantea Humane con su pin? ¿Cómo nos afectará la miniaturización de los objetos?

La reducción de las radios convirtió una experiencia "de salón", familiar, colectiva, en una individual y privada (el transistor, el walkman).

Los libros pasaron de ser grandes y voluminosos y de ser leídos en una iglesia a pequeños objetos que caben en el bolsillo. De lo público a lo privado. De lo colectivo a lo individual.

Ver una película requería ir al cine, ahora podemos verla en el móvil. De nuevo pasamos de una experiencia colectiva a una individual.

Con la cámara fotográfica pasó algo un poco diferente. También se miniaturizó, evolucionando del gran formato a la cámara compacta de 35 mm. Pasamos de posados familiares en estudio a fotografía periodística o documental. Pasamos de lo coreografiado a lo espontáneo.

Pero también afecta al fotógrafo en sí, que puede dejar de ser un profesional público para convertirse en un ente anónimo. Y pasar desapercibido es uno de los puntos claves de la fotografía callejera: si te pillan sacando un “robado” tal vez lo único que consigas sea una bofetada.

Por eso, en este género fotográfico, las cámaras analógicas con sus característicos sonidos pierden puestos frente a las electrónicas, totalmente silenciosas.

Y, por supuesto, el teléfono móvil se convierte así en la herramienta perfecta: silencioso, diminuto, discreto, ubicuo... ¿Quién no lo ha utilizado alguna vez para hacer una foto sin ser visto?

De la serie Hunter, de Daido Moriyama.

Y si hay un país con una historia prolífica de street photography es Japón. Curiosamente el único lugar en el que los iPhone se venden capados para que siempre suenen cuando hacen una foto. Siempre. Es imposible silenciar ese sonido en un iPhone japonés. Es la forma de reconocer (y evitar) a un pervertido que ha deslizado el teléfono debajo de la falda de la colegiala que se acaba de subir al metro en Harajuku y así conseguir un trofeo fotográfico: ¡clic!

Tener que decirle al dispositivo: “haz una foto” nos expondría al igual que el sonido del iPhone japonés.

En la miniaturización de lo “grande y aparatoso” la experiencia colectiva se ha transformado en individual, lo público se ha hecho privado, la autoría se ha diluido en el anonimato...

Las interfaces de voz, sin embargo, revierten la situación.

Imagina ir en un vagón de metro abarrotado y pedir a tu audiolibro que “subraye” una frase épica de libro de autoayuda. Una orden del tipo: “Oye Siri, subraya la parte en la que dice que tengo que gritar "Soy un tigre" todos los días delante del espejo”.

Ahora imagina ese mismo vagón de metro lleno de españoles e italianos interactuando con interfaces de voz. Una fiesta mediterránea.

Sin embargo, qué cómodo y fácil es inclinar ligeramente tu móvil para que nadie sepa lo que estás haciendo. Un pequeño subterfugio que oculta si estás leyendo a McLuhan, jugando al Candy Crush o viendo PornHub.

¿Estaremos dispuestos a perder privacidad con las interfaces de voz?

De un “joven” Araki. Fuente

Hace cosa de un mes iba en el tren, y una mujer en el asiento que tenía detrás grababa mensajes de voz en los que contaba a una amiga el drama que era su vida. Con todo lujo de detalles. Escuchar algo tan íntimo de un desconocido me hizo sentir tremendamente incómodo. Y no debí de ser el único, una chica que estaba cerca se fue a una zona alejada para continuar con su lectura. En papel, privada.

Recientemente, en una terraza, una pareja de señores mayores enseñaban orgullosos su enorme pincho de tortilla y sus cañas a un amigo vía videoconferencia… por supuesto, y sin quererlo, también me puse al día de como les iba la vida.

Justo en otra mesa en el bar de al lado, una pareja estaba de cita. O más bien el chico lo intentaba, la chica mantenía una videoconferencia con su sobrina, durante una hora, ignorándolo. Doy fe de que la niña era muy simpática y dicharachera, tenía un par de peluches bastante graciosos.

No sé cómo serán las interfaces dentro de 10 años. Ni si las interfaces de voz nos harán perder privacidad o no, pero tal vez sí estamos normalizando cierto tipo de conductas que contribuyen a ello.

Tal vez acabemos convirtiendo nuestras vidas en un acto de exhibición y en vez de “patata” gritaremos “seeeeelfie” a la cámara. Y nos entenderá. Y disparará certeramente. Y, por supuesto, aplicará el filtro "sonrisa".

¡clic!


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