Hanoks y aldabas

El jet lag pegaba fuerte y, para variar, no habíamos hecho planes para el día, así que hicimos lo que hacemos siempre: improvisar.

Al salir a la calle, el calor y la humedad nos rodeaban mientras sacábamos el móvil para buscar nuestro siguiente destino en Kakao Maps.

Bajo la mirada de un sol castigador decidimos dar un paseo hasta Buckchon Hanok village (북촌한옥마을), a tan sólo 40 minutos caminando desde el hotel. Es un pequeño barrio residencial al este del palacio Gyeongbokgung y uno de los puntos turísticos de Seúl, si es que Seúl se puede considerar turístico.

Fotografía: Y K on Unsplash

Esta zona está llena de casas tradicionales coreanas llamadas hanok, cuyo origen se remonta al siglo XIV, la misma época en la que el emperador Lee Seong-Gye trasladó la capital de Corea a Seúl y comenzó la construcción del palacio Gyeongbokgung.

Los hanoks pueden adoptar diferentes formas pero su diseño siempre está pensado para que estén frescos en verano y para que mantengan el calor en invierno. Para ello utilizan una especie de suelo radiante llamado Ondol, en combinación con otro para refrigerarlo en el estío, Maru. Los materiales que se utilizan en su construcción son, principalmente, madera y piedra.

Buckchon es un barrio muy tranquilo a pesar de que está bastante transitado por turistas. Pasear por sus calles es como retroceder cientos de años en el tiempo... me recordó, en cierta manera, a Hagashiyama en Kyoto.

Sin embargo hay ciertos detalles que rompen completamente la suspensión de la incredulidad. Por ejemplo: las señales de tráfico, el asfalto salpicado por unos cuantos turistas y la tensión que se genera entre ellos y los locales. Algunos saludan amablemente al verte pasar, otros ponen señales para que guardes silencio cerca de su propiedad.

Pero lo que no dejaba de llamarme la atención eran las puertas de los hanoks. Puertas de madera con aspecto centenario, con remaches y aldabas de metal... y timbres.

Timbres negros, plateados, del "blanco" que tendría ahora un PC de los 90, con manilla o sin ella, con o sin cerradura, con videoportero o sin él… y siempre de plástico... Siempre corrompiendo su entorno, sin intención de crear una convivencia armónica (ni visual, ni sonora) con el resto de elementos que los rodean.

Una combinación de lo clásico y lo moderno, pero mal.

Y, por supuesto, relegando las aldabas a un complemento puramente estético.

Mientras pasábamos por delante de las puertas, iba pensando en lo poco que reflexionamos sobre lo que perdemos al introducir nuevas tecnologías. Y, aunque lo hagamos, parece que estemos obligados a rendirnos ante ellas. Lo práctico, lo cómodo, siempre triunfa, aunque deje cadáveres detrás.

Los timbres electrónicos son toscos e inhumanos. No tienen matices. Da igual como pulses el botón, el gesto puede estar lleno de fuerza o de apatía, pero el resultado es siempre el mismo: el mismo sonido, el mismo volumen, el mismo “timbre”. Para quien llama y para quien recibe la visita.

Sin embargo, con una aldaba, se abre una enorme paleta de formas de expresarse con sólo dos parámetros: fuerza y velocidad.

No llamas a la puerta de la misma manera cuando estás alegre que cuando estás triste, cuando vas a dar una mala noticia o una buena, cuando estás enfadado o cuando eres feliz, cuando tienes prisa o estás tranquilo...

Y todos esos matices son percibidos por quien se encuentra en su casa. Pudiendo así anticiparse emocionalmente a la situación que le espera cuando abra la puerta.

Con los timbres electrónicos todo eso se convierte en el mismo sonido impersonal.

En el libro Lo Esencial, Miguel Milá habla de su preferencia por la idea de evolución frente a la de revolución. ¿Por qué matar las aldabas en vez de evolucionarlas? Podríamos mantener su forma y actualizar su función con un sensor de presión que reconociera los diferentes tipos de golpes y reprodujera sus sonidos en toda la casa. En el caso de los timbres podríamos incluir un sensor de velocidad (e incluso after-touch, tecnologías utilizadas habitualmente en sintetizadores) para ampliar su paleta sónica y hacerla más emocional.

Y ahora no dejo de pensar en las cartas escritas a mano y los SMSs.


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