@spiderman

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Hace unas semanas, movido por la curiosidad tras uno de los capítulos del Canal de Interacción del Instituto Tramontana, comencé a leer Cultura y simulacro de Jean Baudrillard. Reconozco que me he quedado en la página 36 ya que es bastante denso y lo estoy alternando con otras lecturas. Sin embargo recientemente he tenido que leer un artículo de Bárbara Barreiro León donde hace un interesante recorrido a través de diferentes ideas que plantea el filósofo, lo cual ha reactivado mis ganas de escribir sobre el tema.

A medida que avanzaba en esas lecturas me quedó marcado el como Baudrillard conecta Disneylandia con la idea de simulacro, algo que, por temas personales, me llama más la atención de como lo hace con la Guerra del golfo o como las Wachowski lo hilan con Matrix.

Básicamente porque recuerdo estar con Fred en el Castillo de Osaka y que él dijera algo así (parafraseo):

"No me apetece entrar, esto es Disneylandia.”

Obviamente no entramos en el castillo, a mí tampoco me apetecía entrar sabiendo que realmente es una reconstrucción falsa. El caso es que me llamó la atención su forma de definirlo: Disneylandia.

Esto me hace plantearme la construcción de simulacros por diferentes instituciones y, llevándolo al extremo, por personas. Porque si hay algo que lleva mucho tiempo dejándome un poco descolocado es que a veces me da la sensación de que estamos “reconstruyendo” la realidad y convirtiéndola en simulacros personales a los pies de nuestros alter-egos.

Podríamos trazar esta tendencia hasta el que Jerry Saltz, en su artículo Art at arm’s length (Ego Update), considera el primer pre-selfie: la litografía de de M.C. Escher Hand with reflecting sphere.

Proto-selfie.

Proto-selfie.

En este autorretrato Escher distorsiona la realidad para acomodarla a los espacios distorsionados que forman su obra. Como bien dice la wikipedia: “espacios paradójicos que desafían a los modos habituales de representación”.

Simplemente en Instagram la realidad no es paradójica es, en gran medida, una destilación hiperbólica de lo que cada uno considera “perfecto”.

Durante la creación de ese micro-simulacro-personal (por llamarlo de alguna manera), arrastramos con nosotros al entorno, al paisaje, al contexto… convirtiéndolo a su vez en una hiperrealidad desconectada del mundo.

Ese entorno se convierte en atrezzo, en un escenario, quedando despojado de su valor real.

Un ejemplo práctico, buscando en Instagram una ubicación, por ejemplo una playa, es habitual encontrarse un resultado de este tipo:

IMG_6473.jpg

Diez de las doce fotos son posados y, curiosamente, en las otras dos no aparece la playa.

Resulta que la Playa de Mera es simplemente el fondo, no es protagonista en ningún momento de la búsqueda realizada.

Cuando buscas una playa en Instagram y te encuentras con que está poblada por personas atractivas, con cuerpos maravillosos y un bronceado perfecto, estás delante de una utopía en la que no hay cabida para los fracasos ni los desperfectos (en este caso no hay cabida para los michelines ni la palidez gótica). Por no haber no hay nadie en la foto a excepción del protagonista.

La realidad es bien distinta:

Una de las calabazas de Yayoi Kusama en Naoshima. Ficción…

Una de las calabazas de Yayoi Kusama en Naoshima. Ficción…

… vs. realidad.

… vs. realidad.

En esta hiperrealidad en la que todo está escenificado, desde la Guerra del Golfo a los perfiles de Instagram, los usuarios se han convertido en signos de la sociedad de consumo.

Estamos entonces generando fantasías aspiracionales, mitificando nuestras personas. Dejando de ser Clark Kent y poniéndonos el traje de Superman.

Sólo que aquí hay una diferencia notable: en Instagram no vemos a Clark Kent, es Superman en todo momento. Ni siquiera tenemos una referencia imperfecta y sólo queda la ilusión de que, algún día, podremos hacernos un selfie en un lugar de ensueño igual al que acabamos de ver... y que acabamos de olvidar a los 5 minutos de hacer scroll.

Como dice Umberto Eco en Apocalípticos e Integrados:

“El objeto es la situación social y, al mismo tiempo, signo de la misma; en consecuencia, no constituye únicamente la finalidad concreta perseguible, sino el símbolo ritual, la imagen mítica en que se condensan aspiraciones y deseos. Es la proyección de aquello que deseamos ser.”

Es increíble como ha cambiado la relación de las personas en las redes sociales. Hemos pasado de velar por nuestro anonimato con auténtico celo a una exhibición totalmente despreocupada de nuestra vida.

Sólo hay que pensar en como en el IRC se valoraba el “nick” y el anonimato que te proporcionaba, junto al recelo que suponía el enviar una foto tuya a través del sistema. Por el contrario ahora haces clic y conectas Facebook con Tinder, con nombre real y una selección de fotos perfectas. Antes chateabas durante horas y, a lo mejor, te enviaban una foto. Ahora ves una foto y decides si chateas a golpe de swipe.

Tardamos menos en activar nuestro alter ego que Clark Kent poniéndose el traje de Superman en una cabina telefónica.

Tal vez el visionario que entendió perfectamente el ego humano en este sentido de exhibición del simulacro personal fue Stan Lee: es Peter Parker quien se encarga de hacer fotos, poniéndose el traje de Spiderman para protagonizarlas.

spiderman.jpg
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