Huế y el Metaverso
BSO - Me va, Me va de Julio Iglesias.
Corría el neolítico hace 9.000 años aproximadamente cuando los habitantes del sur de Hebrón tallaban las máscaras más antiguas de las que se tiene constancia.
Máscaras de piedra probablemente destinadas a ritos funerarios por su prácticamente imposibilidad de “vestir”. Máscaras como ésta:
© Clara Amit, Israel Antiquities Authority
El uso de máscaras (creo que también podríamos incluir aquí los maquillajes) fue adoptándose poco a poco en rituales, ceremonias y guerras. Ya fuera para ayudar a canalizar a los espíritus o para infundir miedo al adversario.
Izquierda: Somen (máscara completa de Samurai), principios del período Edo (finales del s. XVII). Ann and Gabriel Barbier-Mueller Museum, Dallas (Texas).
Derecha: máscara de mosaicos turquesa del dios del fuego azteca Xiuhtecuhtli (1400-1521), en el British Museum.
Me interesan más aún aquellas que ayudan al que las viste a fingir otra realidad de cara al espectador: las de teatro. Las cuales permiten al actor realizar una proyección de un personaje sobre la audiencia.
Por ejemplo, las que utilizaban los actores de los teatros griego y romano.
Máscara de Sátiro, 200-100 a.d.C. Fuente: https://www.animatingantiquity.net/theater-mask/
Éstas además les permitían representar diferentes emociones y que el mismo actor pudiera realizar varios papeles. Misma función que las del teatro Noh.
Máscara Noh de tipo hannya. Siglo XVII o XVIII.
Miles de años más tarde seguimos prácticamente igual, sólo que ahora las máscaras son los filtros Beauty de TikTok e Instagram. Redes sociales donde la expansión metonímica del personaje acaba fagocitando al individuo.
Mi experiencia de primera mano con los filtros Beauty es escasa. Sólo los he utilizado un par de veces por curiosidad profesional y, algunos, porque me parecieron bastante divertidos. Como el que te suma unos cuantos años:
Mi yo del futuro en Huế, Vietnam, 24 de agosto de 2018.
Recuerdo bien esa noche. Estaba con Ana en Huế tomándome una Tiger en la terraza del segundo piso de un bar. Hacía calor, mucho calor y mucha humedad. De fondo, siempre presente, el olor a durian maduro a la venta en los puestos callejeros. Mientras nos terminábamos la cerveza y buscábamos un restaurante para ir a cenar, la gente de la calle empezó a montar un pequeño sistema de sonido en el cruce de cuatro calles. Minutos después comenzó una especie de jam session en la que cualquiera podía salir a cantar, desde algún señor bastante borracho a una chica que lo hacía realmente bien. No pudimos evitar bajar y presenciar el espectáculo. Finalmente nos movimos al restaurante que estaba bajando la calle principal. Cenamos platos que desconocíamos y que sabían a Vietnam. La albahaca típica del sudeste asiático despuntaba junto a una fantástica mezcla de dulce, picante, salado y ácido. Finalmente improvisamos un pequeño paseo a la orilla del Río Perfume mientras decidimos tomar “la última” en el Gecko Bar. El sitio era un lugar destinado a mochileros, un poco occidentalizado pero donde te sentías bienvenido hasta por las cucarachas que recorrían las mesas. Te sentabas en uno de sus bancos y, de vez en cuando, apartabas las hojas de las plantas que te abrazaban mientras bebías una Tiger con hielo.
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Mientras tanto Zuckerberg, autoproclamado señor del Metaverso (como si solamente fuera a haber uno), nos promete un apasionante mundo virtual en el que vivir experiencias inolvidables a través de una máscara.
Una máscara que no sirve para proyectar una realidad modificada del individuo hacia el mundo sino del mundo al individuo.
Oculus, una máscara del año 2022.
Y me acuerdo de que llevan prometiéndonos la RV desde los 80s/90s con Tron o The Lawnmower Man. Y me inunda un déjà vu de Second Life, mientras observo como las empresas crean estrategias para que sigamos consumiendo en el mundo virtual… y a los especuladores frotándose las manos con la compra/venta de píxeles…
Hasta que pueda vivir una experiencia como la de Huế creo que me voy a mantener escéptico respecto a las promesas de Zuckerberg.
