La espiral del algoritmo y las cámaras de eco

Si quieres ponte algo de música que te guste. O no.

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Como cada mañana, Paco, 53 años, se levanta a las 07:30 de la mañana. Se da una ducha rápida y se afeita impecablemente para que su bigote luzca lo mejor posible. Se pone sus chinos, su camisa de cuadros, su chaleco acolchado y sale a la calle. Lo primero que hace al pisar la acera es encenderse un Ducados antes de poner rumbo al kiosco que tiene a 100 metros de casa. Aparta El Mundo y el ABC y coge La Razón. También El Marca, que algunos equipos anuncian nuevos fichajes en LaLiga.

- Buenos días Paco. - dice Juan, el kiosquero.

- Buenos días Juan. - dice Paco extendiendo la mano con el dinero exacto.

- Me acaban de llegar las nuevas bufandas del Atleti. ¿Quieres una?

A pocos kilómetros al oeste, Pablo, 21 años, está esquivando gente con su longboard para llegar cuanto antes al trabajo. La palestina que rodea su cuello ondea al viento. Los 10 minutos que lleva de retraso no evitan que se detenga a liar un cigarro de tabaco picado y hacer su habitual parada para coger un café con leche de soja en el pequeño local de comercio justo. Aprovecha para comprar El País, oculto como siempre bajo varios folletos reivindicando (muchos) temas dispares sobre (muchas) identidades diferentes.

- Buenos días Pablo. - dice Juan, el tendero.

- Buenos días Juan. - dice Pablo extendiendo la mano con el dinero exacto.

- Me acaban de llegar las camisetas para la manifa de la semana que viene. ¿Quieres una?



A nadie se le ocurriría censurar a ninguno de los dos juanes por ofrecer cosas de interés a sus clientes.

Tampoco nadie diría que Paco y Pablo estén creando sus propias cámaras de eco.

Y, sin embargo. parece que, cuando detrás está internet, este tipo de comportamiento es El Mal.

Una tendencia que se expande, culpando de manipulación a los algoritmos y a las redes sociales de la creación de cámaras de eco como si eso nunca hubiera pasado en la vida real.

Como si antes nos quejáramos de las recomendaciones de los juanes en vez de agradecérselo.

Como si fuera extraño que durante tu vida te rodeases de personas (amigos) con las que compartes ideologías y gustos afines. 

Como si nadie te recomendara nunca cosas que se parecen a lo que te gusta. 

Como si estuviera mal querernos abstraer de ciertas líneas de pensamiento que probablemente no nos importen lo más mínimo y que sólo generen ruido en nuestro día a día.

Como si los algoritmos sólo fueran una forma de nublar nuestra capacidad cognitiva y coartar nuestro libre albedrío.

Como si estuviéramos exentos de responsabilidad en nuestras propias decisiones y necesitáramos una figura paternal que nos defienda de las malvadas tecnológicas.

Como si no tuviéramos la culpa de crear nuestras propias cámaras de eco.


Parece que algunas personas necesiten poder culpar a los algoritmos y a las tecnológicas de que otras no quieran escucharlas.

Como si se nos hubiera negado esa capacidad de decisión.


Al hilo de esto, hace meses decidí cambiar de Apple Music por Spotify. 

Todos los días cuando abría Apple Music veía listas musicales que no me interesaban lo más mínimo: Chenoa en portada por enésima vez con Alejandro Sanz detrás y Pablo Alborán acechando más allá.

De vez en cuando asomaba una playlist “de motivación” con éxitos propios de Eurovisión de la que nunca olvidaré su descripción. Motivación, sí, para retos del Primer mundo, textualmente:

“Veinte abdominales más, la pila de platos del fregadero o esa declaración de la renta que lleva semanas muerta de risa sobre la mesa. Todos tenemos retos que exigen una dosis extra de motivación. ”

Me imagino que todo esto depende de los intereses “espurios” de las discográficas para llevar la radio fórmula a un entorno digital. Efecto espejo retrovisor llevado al consumo de música digital. Igual por eso TikTok devora a Apple y a Spotify en el mercado joven.

Apple, lo sabías todo de mí, deberías haberte adelantado a que nunca iba a darle al play a esas recomendaciones.

Me gustan las recomendaciones de Spotify, de Youtube, de Amazon… me gusta leer los tweets de la gente que sigo y perderme en las fotos de Instagram de aquellos perfiles que me entretienen…

Me gusta mi cámara de eco y no me gusta que intenten hacernos sentir culpables por querer enfrascarnos en nuestros mundos políticos, literarios, musicales, gastronómicos, cinematográficos, deportivos, arquitectónicos, fotográficos… 

Disfrutemos libremente de aquello que nos hace felices.

Perseguir el placer y evitar el dolor, que diría Epicuro.


Este artículo surgió hace unos días, gracias a Haken, después de reflexionar sobre como empecé en uno de sus enlaces y acabé escuchando uno de mis grupos fetiche. Los pasos fueron más o menos los siguientes:

Empiezo con el artículo que aparece en Haken #164: Is old music killing new music?, en él encuentro un enlace a la noticia BTS’s ‘Dynamite’ could upend the music industry. Así que movido por la curiosidad de saber más sobre BTS (había escuchado algunas canciones suyas anteriormente pero sin prestar demasiada atención) me lancé a su lectura.

Por supuesto lo siguiente fue ir a Youtube a ver el videoclip de Dynamite


Al verlo no pude evitar reflexionar sobre como han cambiado los estereotipos de belleza masculina desde los 90. Por lo que hice una búsqueda de los Backstreet Boys para poder hacer una comparativa sin recurrir a la memoria.


En el vídeo de los Backstreet Boys, el algoritmo me mostraba como recomendado a Little Big.

¿Surrealista? No, lógica aplastante:


Totalmente cautivado, me vi varios vídeos suyos siguiendo las recomendaciones de Youtube hasta que llegué a uno en el que me recordaron a una especie de Atari Teenage Riot a lo ruso:

Y después de ese golpe de nostalgia no pude evitar ir directo a poner The Downward Spiral de Nine Inch Nails en Spotify.

¿Cámara de eco? ¿Culpa del algoritmo?

No, la responsabilidad de empezar en BTS y acabar en NIN es mía, el usuario.

Igual simplemente es que, algoritmo o no, vamos hacia aquello que nos atrae.

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