Diseño inclusivo

Banda sonora: Songs in the key of life, Stevie Wonder

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Este post va de una historia sobre la que llevo mucho tiempo queriendo escribir. Una historia que me hizo reflexionar mucho sobre el papel del diseño en nuestra sociedad y de como puede mejorar (o empeorar) la vida de las personas.

Pero que lo hace de verdad.

No diseño del que cree que mejora la sociedad por haber eliminado un par de inputs en el proceso de login para reducir fricción o por crear una página de error 404 útil.

Es una historia sencilla sobre un hombre que ahora tendrá unos 40 años.

Esta persona nació con una enfermedad visual degenerativa que tardaron muchos años en diagnosticarle. Y, cuando me refiero a muchos, no me refiero a 3 ó 4, ni a 10, me refiero a casi 20 años.

¿Cómo pudieron tardar tanto tiempo en descubrir que tenía esta enfermedad? 

Porque él nunca lo consideró una enfermedad y, por lo tanto, no consideraba que fuera algo a transmitir ni a su médico ni a su familia. 

Para él era algo normal. Para él el mundo era (y sigue siendo) así: borroso.

Y eso tampoco le impedía tener un trabajo. Concretamente conducía una carretilla de las que se utilizan para colocar palets. 

carretilla.jpg

Del mismo modo que reconocía sin problema a las personas por su forma corporal y por sus movimientos, tenía tan asimiladas las formas, los colores, los procesos, las luces y las sombras que no tenía problemas a la hora de conducir por la fábrica, ni de colocar un palet encima de otro.

Hasta que un día llegó un nuevo modelo de carretilla que sustituía al anterior.

Una carretilla a la última, con pantalla y todo tipo de controles digitales. Todo diseñado para “mejorar” la vida de los operarios con la tecnología, dejando atrás el viejo juego de palancas analógico.

El protagonista de la historia no pudo adaptarse a la nueva máquina y, por tanto, perdió su trabajo.

El diseño y la digitalización, en este caso, no fueron un avance para esta persona, si no que provocaron que no pudiera continuar con su vida con la normalidad con la que lo hacía.

Voy en el tren camino de Madrid y ha querido la casualidad que, mientras escribía este texto, pasara a mi lado una chica en silla de ruedas. Una silla con motor eléctrico y controles analógicos, no digitales.

Lo primero que me sorprendió de esta historia fue la forma en la que este hombre asimiló que su forma de ver era normal y que así era como veía todo el mundo. Me gusta como historia de aceptación indolente. Normalizar lo distinto porque no sabes que es distinto. Probablemente él nunca se sintió diferente hasta que alguien lo etiquetó como tal.

Tal vez habría que empezar a eliminar ciertas etiquetas y categorizaciones para adoptar una posición realmente inclusiva. Ya de paso igual evitábamos discusiones sobre si el término más correcto es “discapacitado”, “minusválido”, “persona con discapacidad”… o el último nombre que dicte lo políticamente correcto.

Además, en algunos casos, esta ansiedad taxonómica me parece contraproducente ya que se provoca una diferenciación artificial más que una inclusión real.

Todos somos personas, independientemente de la etiqueta que le quiera poner la sociedad a cada uno. Y, en nuestro papel de diseñadores, tenemos que hacer que nuestros productos lleguen a cuanta más gente mejor, sean cuales sean sus habilidades y destrezas.

Mi segunda reflexión fue que, a lo mejor, nos estamos obsesionando con la digitalización y la automatización de procesos.

El ansia digitalizadora (acelerada aún más por el COVID) que está provocando que mucha gente se esté quedando atrás: aquellos que no se pueden permitir el acceso a internet, los que se pierden en los formularios imposibles de la página de la Seguridad Social, en una sencilla compra online o intentando abrir una cartera para criptos…

Pero no sólo eso, si no que estamos dejando de lado una parte física en la relación con los objetos que siempre nos ha acompañado durante toda la evolución del ser humano.

Esa parte de nosotros que disfruta cuando cambiamos las marchas en un coche de transmisión manual, cuando giramos un potenciómetro, cuando golpeamos las teclas de un teclado… o cuando cortamos una barra de pan crujiente con un cuchillo de sierra en vez de coger pan de bolsa.

Después de todo esto creo que ha llegado el momento de empezar la lectura de Analógico y digital, de Otl Aicher.

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